sábado, 1 de septiembre de 2012

Fedro (Diálogo de Platón)

Esta vez les traigo un pequeño fragmento de uno de los diálogos platónicos que mas me gusta releer, se trata de Fedro (o del amor, o de la belleza como algunos dicen), espero les guste como a mi
SÓC. — No me lo tomes a mal, buen amigo. Me gusta aprender. Y el caso es que los campos y
los árboles no quieren enseñarme nada; pero sí, en cambio, los hombres de la ciudad. Por
cierto, que tú sí pareces haber encontrado un señuelo para que salga. Porque, así como se hace
andar a un animal hambriento poniéndole delante un poco de hierba o grano, también podrías
llevarme, al parecer, por toda Ática, o por donde tú quisieras, con tal que me encandiles con
esos discursos escritos. Así que, como hemos llegado al lugar apropiado, yo, por mi parte, me
voy a tumbar. Tú que eres el que va a leer, escoge la postura que mejor te cuadre y, anda, lee.
FED. — Escucha, pues.
«De mis asuntos tienes noticia y has oído, también, cómo considero la conveniencia de que
esto suceda. Pero yo no quisiera que dejase de cumplirse lo que ansío, por el hecho de no ser
amante tuyo. Pues, precisamente, a los amantes les llega el arrepentimiento del bien que hayan
podido hacer, tan pronto como se les aplaca su deseo. Pero, a los otros, no les viene tiempo de
arrepentirse. Porque no obran a la fuerza, sino libremente, como si estuvieran deliberando, más
y mejor, sobre sus propias cosas, y en su justa y propia medida. Además, los enamorados tienen siempre ante sus ojos todo lo que de su incumbencia les ha salido mal a causa del amor
y, por supuesto, lo que les ha salido bien. Y si a esto añaden las dificultades pasadas, acaban
por pensar que ya han devuelto al amado, con creces, todo lo que pudieran deberle. Pero a los
que no aman y no ponen esa excusa al abandono de sus propios asuntos, ni sacan a relucir las
penalidades que hayan soportado,  ni se quejan de las discusiones con sus parientes, no les
queda otra alternativa, superados todos esos males, que hacer de buen grado lo que consideren
que, una vez cumplido, ha de ser grato a aquellos que cortejan. Y, más aún, si la causa por la
que merecen respeto y estima los enamorados, es porque dicen que están sobremanera atados a
aquellos a los que aman, y dispuestos, además, con palabras y obras a enemistarse con
cualquiera con tal de hacerse gratos a los ojos de sus amados, es fácil saber si dicen verdad,
porque pondrán, por encima de todos los otros, a aquellos de los que últimamente están
enamorados, y, obviamente, si estos se empeñan, llegarán a hacer mal incluso a los que antes
amaron. Y en verdad que ¿cómo va a ser, pues, propio, confiar para asunto tal en quien está
aquejado de una clase de mal que nadie, por experimentado que fuera, pondría sus manos para
evitarlo? Porque ellos mismos reconocen que no están sanos, sino enfermos, y saben, además,
que su mente desvaría; pero que, bien a su pesar, no son capaces de dominarse. Por
consiguiente, ¿cómo podrían, cuando se encontrasen en su sano juicio, dar por buenas las
decisiones de una voluntad tan descarriada? Por cierto, que, si entre los enamorados escogieras
al mejor, tendrías que hacer la elección entre  muy pocos; pero si, por el contrario quieres
escoger, entre los otros, el que mejor te va, lo podrías hacer entre muchos. Y en consecuencia,
es mayor la esperanza de encontrar, entre muchos, a aquel que es digno de tu predilección.
»Pero si temes a la costumbre imperante, según la cual, si la gente se entera, caería sobre ti la
infamia, toma cuenta de los enamorados, que creen ser objeto de la admiración de los demás,
tal como lo son entre ellos mismos, y arden en deseos de hablar y vanagloriarse de anunciar
públicamente que ha merecido la pena su esfuerzo. Pero los que no aman, y que son dueños de
sí mismos, prefieren lo que realmente es mejor,  en lugar de la opinión de la gente. Por lo
demás, es inevitable que muchos oigan e, incluso, vean por sí mismos que los amantes andan
detrás de sus amados y que hacen de esto su principal ocupación, de forma que, cuando se les
vea hablando entre sí, pensarán que, al estar juntos, han logrado ya sosegar sus deseos, o están
a punto de lograrlos. Sin embargo, a los que no aman, nadie pensaría en reprocharles algo por
estar juntos, sabiéndose como se sabe que es normal que la gente dialogue, bien sea por
amistad o porque es grato hacerlo. Pero, precisamente, si te entra el reparo, al pensar lo difícil
que es que una amistad dure y que si, de algún modo, surgen desavenencias, sufriendo ambas
partes de consuno la desgracia, a ti, en tal caso, es a quien tocaría lo peor, al haberte entregado
mucho más, puedes acabar por temer, realmente, a los enamorados. Pues son muchas las cosas
que les conturban, creyendo como creen que todo va en contra suya. Por eso buscan apartar a
los que aman del trato con los otros, porque temen que los ricos les superen con sus riquezas,
y con su cultura los cultos. En una palabra, se guardan del poder que irradie cualquiera que
posea una buena cualidad. Si consiguen, pues, convencerte de que te enemistes con éstos, te
dejan limpio de amigos. Pero si, en cambio, miras por tu propio provecho y piensas más
sensatamente que ellos, entonces tendrás disgustos continuos. Sin embargo, todos aquellos que
sin tener que estar enamorados han logrado lo que pretendían por sus propios méritos y
excelencias, no tendrían celos de los que te frecuenten, sino que, más bien, les tomarían a mal
el que no quisieran, pensando que éstos los menosprecian y que, al revés, redunda en su
provecho el que te traten. Así pues, tendrán una firme esperanza de que de estas relaciones
habrá de surgir, más bien amistad que enemistad.
»Predomina, además, entre muchos de los que aman, un deseo hacia el cuerpo, antes de
conocer el carácter del amado, y de estar familiarizados con todas las otras cosas que le atañen.
Por ello, no está muy claro si querrán seguir teniendo relaciones amistosas cuando se haya
apaciguado su deseo. Pero a los que no aman y que cultivaron mutuamente su amistad antes de
que llegaran a hacer eso no es de esperar que se les empequeñezca la amistad, por los buenos
ratos que vivieron, sino que, más bien, la memoria pasada servirá como promesa de futuro. Y,
en verdad, que es cosa tuya el hacerte mejor, con tal de que me prestes oído a mí y no a un
amante. Pues éstos dedican sus alabanzas a todo lo que tú haces o dices, aunque sea contra
algo bueno, en parte por miedo a granjearse tu enemistad, en parte también porque, por el
deseo, se les ofusca la mente. Porque mira qué cosas son las que el amor manifiesta: cuando
tienen mala suerte, les parece insoportable lo que a otros no daría pena alguna, mientras que un
suceso afortunado que, por cierto, no merece  ser tenido por algo gozoso desencadena,
necesariamente, sus alabanzas. En definitiva, que hay que compadecer a los amados más que
envidiarlos. Pero si te dejas persuadir por mí, no va a ser el gozo momentáneo tras lo primero
que voy a ir cuando estemos juntos, sino tras el provecho futuro. No seré dominado por el
amor, sino por mí mismo, ni me dejaré llevar por pequeñeces a odios poderosos, sino que sólo
en relación con cosas importantes dejaré traslucir mi desagrado. Perdonaré los errores
involuntarios e intentaré evitar los voluntarios. Éstas son las señales que indican la larga
duración de una amistad. Pero si acaso se te ocurre que no es posible que nazca una vigorosa
amistad a no ser que se esté enamorado, date cuenta de que, en tal caso, no tendríamos en
mucho a nuestros hijos, ni a nuestros padres, ni a nuestras madres, ni ganaríamos amigos fieles
que lo fueran por tal deseo, sino por otro tipo de vínculos.
»Si, además, es menester conceder favores a quienes más nos los reclaman, conviene mostrar
benevolencia, no a los satisfechos, sino a los descarriados. Precisamente aquellos que se han
liberado, así, de mayores males serán los más agradecidos. Incluso para nuestros convites, no
habría que llamar a los amigos, sino a los pordioseros y a los que necesitan hartarse. Porque
son ellos los que manifestarán su afecto, los que darán compañía, los que vendrán a la puerta y
mostrarán su gozo y nos quedarán agradecidos, pidiendo, además, que se acrecienten nuestros
bienes. Pero, igualmente, conviene mostrar nuestra benevolencia, no a los más necesitados,
sino a los que mejor puedan devolver favores, y no tanto a los que más lo piden, sino a los que
son dignos de ella; tampoco a los que quisieran gozar de tu juventud, sino a los que, cuando
seas viejo, te hagan partícipe de sus bienes; ni a los que, una vez logrado su deseo, se ufanen
pregonándolo, sino a los que, pudorosamente, guardarán silencio ante los otros; ni a los que les
dura poco tiempo su empeño, sino a los que, invariablemente, tendrás por amigos toda la vida;
ni a cuantos, una vez sosegado el deseo, buscarán excusas para enemistarse, sino a los que, una
vez que se haya marchitado tu lozanía, dejarán ver entonces su excelencia. Acuérdate, pues, de
todo lo dicho y ten en cuenta que los que aman son amonestados por sus amigos como si fuera
malo lo que hacen; pero, a los que no aman, ninguno de sus allegados les ha censurado alguna
vez que, por eso, maquinen cosas que vayan contra ellos mismos.
»Tal vez quieras preguntarme, si es que no te estoy animando a conceder favores a todos los
que no aman. Yo, por mi parte, pienso que ni  el enamorado te instaría a que mostrases esa
misma manera de pensar ante todos los que te aman. Porque para el que recibe el favor, esto
no merecería el mismo agradecimiento, ni tampoco te sería posible queriendo como quieres
pasar desapercibido ante los otros. No debe derivarse, pues, daño alguno de todo esto, sino
mutuo provecho. Por lo que a mí respecta, me parece que ya he dicho bastante, pero si echas
de menos alguna cosa que se me hubiera escapado, pregúntame.»
FED. — ¿Qué te parece el discurso, Sócrates? ¿No es espléndido, sobre todo por las palabras
que emplea? 
SÓC. — Genial, sin duda, compañero; tanto que no salgo de mi asombro. Y has sido tú la
causa de lo que he sentido, Fedro, al mirarte. En plena lectura, me parecías como encendido.
Y, pensando que tú sabes más que yo de todo esto, te he seguido y, al seguirte, he entrado en
delirio contigo, ¡oh tú, cabeza inspirada! 

Aunque es un pequeño fragmento del inicio del diálogo (Fedro 321a-234d) es por de mas interesante e invita a reflexionar.

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